PIEL DE TIGRE

En el suelo de mi cuarto está la piel curtida de un gran gato americano. No sé quién, ni porqué, cometió la gran bajeza de quitar la vida a tan noble felino. Le arrancaron la hermosa túnica veteada, que en vida le sirvió de guarida contra el frió y la humedad, y de cuartel en la caza entre la maleza.

La curtieron por tres meses con mangle y agalla, y la secaron al salobre viento de este desierto creado por los hombres. Y aquí está. Una parte de aquel magnífico tigre, que mató grandes vacas y veloces venados, desgajándoles el cuero con sus afiladas garras y colmillos. Hoy está aquí, a mis pies, aquel que un día fue el terror, capaz de ver en la noche, oler a la distancia y oír lo inaudito, aquel cuyo olor fue miedo y su grito muerte. Aquí, en mi propio cuarto, yace en el suelo la piel del jaguar que algún hombre mató de un ruin y cobarde tiro de escopeta.

¡Qué desperdicio! ¡Qué falta de conciencia! Tanta belleza la de la suave piel moteada de ese esbelto y ágil animal, y hoy sólo es una infame e indigna alfombra.

Sus ojos, nariz y oídos ya desaparecieron, pero aquí, en su antiguo abrigo todavía quedan los orificios. Y aún asustan. Igual que aún atemorizan las grandes patas que conservan los enormes hoyos que una vez penetraron sus agudas garras.

No sé qué hacer. No puedo dormir en esta madrugada, pues me parece que el alma del tigre aún puede acechar en la noche. Y su piel está aquí. Y la toco levemente y la acaricio con fascinación. Ahora es dura, pero qué suave y flexible debió ser cuando corría libremente cubriendo a su dueño.

Y mientras le paso la mano por encima, esta se me vuelve de color pardo. Y se ve hermosa, pues está moteada como la piel del felino que inútilmente murió hace quién sabe cuánto.
Es tarde. Es de noche y el aire entra por la ventana cargado de olores. Siento hambre y una feroz necesidad de salir a correr sigilosamente; siento la angustia del encierro y la ansiedad del vasto monte, el anhelo de ser libre.

Debo salir ya, mi piel es parda y moteada y aunque la lámpara se ha roto al caer, aún veo bien. Y los olores me excitan y los sonidos me llaman. Y mis garras son filosas y mis dientes puntiagudos.

Afuera ha de haber un venado que ya se agita nervioso porque voy por él.

-----
© José Luis Rodríguez Pittí

Publicado por primera vez en el libro "Crónica de invisibles" (UTP, Panamá, 1999).