DE LA MANO HACIA EL FUTURO

Panamá tiene mucho de peculiar. Es la ciudad de origen Europeo más antigua sobre el Pacífico americano pero su gente, su esencia vital, la hace parecer una de las más nuevas sobre el Caribe. Es tan vieja en América y pareciera tan joven.

Fundada en 1519 y quemada por los piratas en 1671. Fundada de nuevo dos años después, y quemada por varios fuegos en el siglo XVIII. Reconstruida lentamente. Se alimentó glotonamente de lo que dejaba la gente que la atravesaba con la enfermedad obsesiva del oro descubierto en California en 1846, primero, y con la construcción del canal, después; cambió tanto su aspecto que es como si hubieran vuelto a fundarla. Dilapidada completamente por militares y civiles panameños corruptos y abusivos en las décadas del 70 y el 80, producto inevitable un siglo XX pleno de ese tipo de personajes públicos perniciosos que parecen haberse pasado a este siglo, sólo faltaba quemarla de nuevo. Con una mueca de burla, sin motivo real y como despedida, nos lo hizo el poderoso ejército de Bush, el viejo, durante la invasión de 1989. Reconstruida lentamente, la generación actual, que vió todo eso con la perspectiva de la infancia, se hizo adulta y la fundó con una fiesta inmensa al empezar el siglo XXI.

Panamá, fundada en el año 2000, es la ciudad caribeña más joven del Pacífico americano.

Y esto me lleva a la foto que ilustra esta edición. De sus símbolos antiguos, esos que la UNESCO ha declarado Patrimonio de la Humanidad, tal vez el paseo de Las Bóvedas sea el más significativo para mi. Construido en el siglo XVIII, es lo que queda de un fuerte, lleno de mazmorras y embarrado de la sangre de fusilamientos, construido para alojar a las tropas del ejercito español. Hoy, lleno de monumentos y con la vista más espectacular de la bahía y de los cada día más abundantes rascacielos, es un lugar cargado de la historia maravillosa de esta metrópolis sitiada por piratas, ocupada por ejércitos extranjeros y nacionales o atrapada en las circunstancias del destino. Con una brisa deliciosa que sólo allí se recibe del Pacífico, y una luz hermosa en las tardes que mueren en un rojo espectáculo tras los barrios viejos de siempre; de todos los sitios que existen en esta joven ciudad antigua, Las Bóvedas es uno de mis predilectos.

La foto que seleccioné para esta edición fue tomada allí. En un principio, sintiéndome lúgubre por el tema de los cuentos publicados en este número, me había decidido por una llena de las tumbas del cementerio francés. Sin embargo, esta foto me gusta mucho y no podía dejar de publicarla precisamente en esta fecha en que siento que algo importante, en dirección al futuro, está sucediendo. De la foto, para el que nunca ha estado allí, sólo añadiré que la pequeña pareja corre alejándose de Las Bóvedas, agarrados de la mano en el atardecer. Tomada muy a principios de los noventa, esos niños deben ser adultos jóvenes hoy, parte de la sociedad que construye el Panamá nacido en el siglo XXI.

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Hoy nos enteramos que Carlos Oriel Wynter Melo fue seleccionado para representar a los narradores panameños menores de 39 años, es decir, los nacidos en la década del 70 y el 80, en un encuentro de escritores que habrá en Bogotá dónde sólo participaran los 39 autores de esa edad más importantes del continente (ver nota [[AQUÍ]]). Y esta es la parte que debemos resaltar de la noticia: los 39 más importantes de menos de 39 años.

En lo personal, la noticia me alegró mucho. Creo que la selección es muy atinada dado que, en su literatura y su dedicación a las letras (es el autor de esta generación que más libros ha publicado), representa muy bien a los cuentistas panameños que empezamos a publicar en la segunda mitad de los años noventa, los nacidos en esa época.

Y me alegra que esta selección ocurra precisamente en la semana del escritor panameño. Y es muy significativo, por lo que dice la página de los organizadores del encuentro en Bogotá: "es hora de que nuestra literatura, disuelta hace décadas en glorias nacionales dispersas, recupere el brillo continental que tuvo en las décadas de 1960 y 1970 y suene con la fuerza de muchos talentos aunados."

Pues bien, en Panamá, a esa generación de autores pertenecemos los narradores Carlos Fong (1967), Jairo Llaurado (1967), Francisco J. Berguido (1969), Marisín Reina (1971), Carlos Oriel Wynter Melo (1971), Melanie Taylor (1972), Klenya Morales (1975), Roberto Pérez-Franco (1976), Gloria Melania Rodríguez (1982), Roberto Rivera (1983), Annabel Miguelena (1984) y quien les escribe esta nota (confieso que me enorgullece ser parte de este grupo), además de los poetas Javier Romero Hernández (1983), Sofía Santim (1982), Javier Alvarado (1982), Salvador Medina Barahona (1973), Lucy Chau (1972), Eyra Harbar (1972), Edilberto "Songo" González Trejos (1971), Porfirio Salazar (1970) e Indira Moreno (1969) entre otros autores que continuamos creando y publicando activamente. Y esto sin contar a los escritores emergentes que sé que tienen libros en preparación y pronto darán mucho de qué hablar, como Gorka Lasa, Lissete Lanuza, Javier Medina Bernal, Lili Mendoza y Luigi Lescure, entre otros que están haciendo la nueva literatura panameña.

A todos ustedes, junto a las generaciones anteriores que siguen escribiendo en Panamá, les invito a que tomemos ese reto y llevemos de la mano a la literatura panameña al mejor lugar en este siglo XXI.

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© José Luis Rodríguez Pittí
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